El coronel Chabert (R. de R.) by Honoré de Balzac

El coronel Chabert (R. de R.) by Honoré de Balzac

autor:Honoré de Balzac [Balzac, Honoré de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1832-01-01T00:00:00+00:00


El elixir de larga vida

Al lector

En los inicios de la vida literaria del autor, un amigo, muerto hace ya tiempo, le dio el tema de este Estudio[36], que más adelante encontró en una antología a comienzos de este siglo; según sus conjeturas, es una fantasía debida a Hoffmann de Berlín, publicada en algún almanaque de Alemania y olvidada, en sus obras, por sus editores. La comedia humana es lo bastante rica en invenciones como para que el autor confiese un inocente préstamo; al igual que el bueno de La Fontaine, habrá tratado, a su manera además y sin él saberlo, un hecho ya relatado. Lo que sigue no fue una de esas bromas de moda en 1830, época en la que todo autor cultivaba lo atroz para complacer a las jovencitas. Cuando llegue al elegante parricidio de don Juan, trate de adivinar la conducta que adoptarían, en coyunturas más o menos semejantes, las personas honradas que en el siglo XIX toman dinero en préstamo a cambio de una renta vitalicia, a la vista de un catarro, o quienes le alquilan una casa a una anciana durante el resto de sus días. ¿Resucitarían a sus rentistas? Me gustaría que pesadores oficiales de conciencia examinaran qué grado de similitud existiría entre don Juan y los padres que casan a sus hijos a cuenta de esperanzas. La sociedad humana, que al decir de algunos filósofos camina por una senda de progreso, ¿acaso considera como un paso hacia el bien el arte de esperar las defunciones? Esta ciencia ha creado oficios honorables, por medio de los cuales se vive de la muerte. Algunas personas tienen por ocupación esperar un fallecimiento; lo incuban, se acurrucan cada mañana sobre un cadáver y se hacen con él una almohada por la noche: se trata de los coadjutores, los cardenales, los supernumerarios, los socios de una tontina[37], etc. Sume usted a éstos un sinfín de personas delicadas, impacientes por comprar una propiedad cuyo precio supera sus medios, pero que calibran con lógica y en frío las posibilidades de vida que les quedan a sus padres o a sus suegras, octogenarios o septuagenarios, diciendo: «Antes de tres años heredaré necesariamente, y entonces…». Un asesino nos repugna menos que un espía. El asesino ha cedido tal vez a un arrebato de locura, puede arrepentirse, ennoblecerse. Pero el espía es siempre espía; es espía en la cama, a la mesa, caminando, de noche, de día; es vil a cada instante. ¿En qué consistiría entonces ser asesino como vil es un espía? Pues bien, ¿no acaba usted de reconocer en el seno de la sociedad a una infinidad de seres arrastrados por nuestras leyes, por nuestras costumbres, por los usos, a pensar sin cesar en la muerte de los suyos, a anhelarla? Sopesan lo que cuesta un ataúd mientras regatean cachemiras para sus mujeres, mientras suben la escalera de un teatro, cuando desean ir a los Bouffons[38] o al ambicionar un carruaje. Asesinan en el momento en que criaturas queridas, de arrebatadora



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